Cuando nació su nieta Carmen, el artista sintió que para captar la esencia de esa imagen debía hacerlo a través del lenguaje escultórico. López representó únicamente la cabeza puesto que el rostro es para el artista donde se concentra la expresión del carácter y las emociones de las personas. Debemos ver en estas piezas la emoción que producía al artista contemplar el rostro de su nieta recién nacida.
Antonio López comenzó a trabajar con la cabeza de la bebé durmiente, cuando aún tenía la deformación característica posterior al parto. Pero la niña comenzó a despertarse, y así surgió el proyecto de una nueva figura con los ojos abiertos. El diálogo entre las dos piezas puede leerse como una evocación del paso del tiempo, como metáfora del sueño y la vigilia, de la noche y el día, dos instantes de retracción plenamente expresiva.
El artista trabajó las dos al mismo tiempo, en paralelo, terminando por crear toda una serie de retratos de Carmen, en diversos materiales y dimensiones. López parte primero de un modelo realizado en cera, el cual ha pasado después a otros materiales, como el bronce en este caso o el oro procedente de la gravera, con el que realizó dos piezas de pequeño formato y forman parte de la colección de la Fundació Sorigué.
El Día y La Noche superan la escala humana, y en palabras del mismo artista, “al aumentar el tamaño de las cabezas, se convierten en un símbolo. Pueden estar en la calle, y tienen una vida totalmente distinta de la privacidad del tamaño natural”. Al llevarlas a esta nueva escala, dejan de ser un retrato individualizado, dotando a estas piezas de un carácter más universal y simbólico, el cual se acentúa en un contexto tan singular.