Anselm Kiefer (Donaueschingen, 1945) abandonó en 1970 los estudios de Derecho y comenzó a estudiar en la Academia de Düsseldorf, donde fue alumno de Joseph Beuys.
La producción en su primera etapa gira en torno a la mitología, la historia, la religión y la simbología alemanas, temas que el artista investiga y que le sirven a su vez como medio para evitar el proceso de amnesia colectiva ante las brutalidades y tragedias históricas de una Alemania desmembrada por la Segunda Guerra Mundial y en plena lucha por la restitución de su identidad como país.
Kiefer fue uno de los primeros artistas en enfrentare a los temas del nazismo y el holocausto, junto con los también alemanes Georg Baselitz – con quien representó a Alemania en la Bienal de Venecia de 1990 – y Gerhard Richter. Su atrevimiento, no obstante, le costó el rechazo por parte del público europeo en sus inicios.
Sin embargo, su obra no se puede reducir a la temática histórica. Entramos así en la segunda etapa, que comienza en los años 80, momento en que Kiefer abandona Alemania, y después de viajar durante tres años se instala en Nueva York. Los temas que trata a partir de entonces se diversifican, y se hacen más universales: la iconografía y la simbología del artista se amplían para abordar temas relativos a la civilización, a la cultura y a la espiritualidad, recurriendo a fuentes como la alquimia, los mitos antiguos y la cábala.
A principios de los años 90 Kiefer se instaló en Francia. Ubicó su taller en la localidad de Barjac, donde creó un verdadero laboratorio: el taller en sí resulta una obra de arte, formado por túneles y pabellones construidos por él y su equipo, que acogen sus piezas. Actualmente, su taller ocupa un antiguo hangar a las afueras de París.