En More Sweetly Play the Dance inicia la comitiva una figura masculina danzando, desde el principio al final de la instalación. Después de él, por la obra transitan figuras que se mantienen vivas gracias a goteros intravenosos: algunas agitando una bandera en una suerte de reivindicación política, sacerdotes danzando y portando lirios fúnebres, así como una sucesión de personas arrastrando sacos y otras muertas, cuerpos envueltos que recuerdan a las víctimas del ébola.
En la procesión observamos también personas que caminan llevando sobre sus hombros sus pertenencias, imagen frecuente de nuestros telediarios procedentes de distintos países del Mediterráneo. Toda la procesión está dirigida por una animada banda de metal (African Immanuel Essemblies Brass Band). La última figura del cortejo es la bailarina sudafricana Dada Masilo, vestida con zapatos de punta, bailando ballet clásico con un rifle y vistiendo un uniforme militar.
Es inevitable ver referencias a la danse macabre o danza de la muerte de invención medieval, una forma alegórica de resistir y respetar la fuerza de la muerte. Kentridge la plantea aquí como una procesión de dibujos animados y vídeos de bailarines moviéndose juntos hacia la muerte como fuerza igualadora que nos reúne a todos finalmente. Pero cuando bailamos, estamos vivos: la danza, siendo mayormente un gesto, requiere una precisión y un control completos sobre el cuerpo, pero también necesita abandono, imprudencia y energía. Después de un rato, el baile se convierte en lo menos absurdo de la obra. En el mundo de More Sweetly Play the Dance, la danza es una forma de vivir a través de la violencia y una forma de morir por ella.